Patxi llevaba tanto tiempo en la empresa como Jose Antonio Olloquiegui, el dueño y fundador. Los dos se habían casado el mismo día para que el viaje de novios coincidiera con las únicas dos semana que cerraba la empresa, en verano. La ceremonia había sido a la misma hora y en la misma iglesia, y habían celebrado juntos el banquete de bodas. Todo para que el uno pudiera asistir a la boda del otro. Jose Antonio se hizo cargo de los gastos de ambos, sin importarle que la factura del restaurante fuera mucho mayor que los quince días de sueldo que le escatimaba a Patxi por el permiso de boda. Porque Jose Antonio tenía tan a gala ser generoso como persona, como no despilfarrar como empresario.
Los dos fueron padres casi simultáneamente. Pero cuando Patxi enviudó, Jose Antonio siguió casado. Jose Antonio estuvo en el tanatorio, en el traslado y en el funeral de la mujer de su empleado. Y al darle el pésame, le apretó el brazo y le dijo: “Mañana no vengas a trabajar”.