Por amor a los Pobres

novecento

ELLA: ¿Me juzgas?

ÉL: ¿Juzgarte? ¿Por qué?

ELLA: Te llevo ¿cuántos? ¿quince? ¿veinte años? Tengo tres hijos. Soy una mujer casada…

ÉL: … con un amigo mio, sí. No me hace feliz recordarlo.

ELLA: Y aquí estoy, metida en la cama contigo.

ÉL: ¿No me tendría que juzgar también yo?

ELLA: Es distinto. No estás casado. Y además, los hombres…

ÉL: Se nos perdona todo, Carmen, por favor! Si te juzgara mal esto no habría ocurrido entre nosotros. No te atormentes.

ELLA: Bueno… ¿Ni siquiera quieres saber por qué he llegado hasta aquí?

ÉL: El deseo no se explica. Está ahí.

ELLA: El deseo … Sí, al final todo se reduce a eso, pero ¿no te parece que yo debería explicar por qué le hago ésto a Paco?

ÉL: Carmen, no te juzgo. Y si te juzgara, dudo que encontrara causa para condenarte.

ELLA: ¿No te interesan mis cosas?

ÉL: Sí, claro que me interesa todo lo tuyo. Me interesas tú. Me pareces hermosa y…

ELLA: Dos mentiras seguidas, aunque sean piadosas, ya vale. Mira, yo no tengo tus estudios, pero sé apreciar cuando un hombre tiene atractivo y las chicas se fijan en él. Tú eres de ésos. ¿Cuánto tardará en aparecer en tu vida una chica más joven que yo, más guapa que yo y más culta que yo? Mañana me saludarás con amabilidad, espero que sin despreciarme, y punto. Esto para ti ha sido un … aquí te pillo, aquí te mato.

ÉL: No, Carmen. Ha sido raro que tú y yo nos hayamos encontrado. Y de verdad, sí, tengo interés en saber por qué ha ocurrido. Supongo que en tu vida hay algo que no funciona. Pero no quiero escuchar algo que tú, quizás, te arrepientas luego de haberme confiado.

ELLA: ¡Desde luego, cómo sois los intelectuales!

ÉL: Deja ya esa muletilla. Sabes que hace tiempo que acabé de estudiar. Nunca dejaréis de meteros conmigo porque no nací obrero.

ELLA: Habrás dejado de estudiar, pero te comportas como Paco decía de los “intelectuales”: soltáis frases rimbombantes, pero no veis la realidad. Aunque Paco tampoco se imaginaría ésta: que tengas tu mano entre mis piernas y me digas que me lo piense antes de hacerte una confidencia. ¿Crees que me puedo avergonzar aún de algo mayor que ésto? Una se abre de piernas y …¡Ojalá mis hijos nunca lleguen a saber esto, Dios mío!

ÉL: Venga, tontuela, no llores. Tienes toda la razón. Por eso ha pasado lo que ha pasado, porque siempre me has parecido una mujer muy inteligente.

ELLA: ¿Te acuerdas cuando nos conocimos?

ÉL: Hace seis años.

ELLA: Tú tenías…

ÉL: Dieciocho.

ELLA: Viniste a mi casa. Había reunión de célula.

ÉL: No, fue algunas semanas antes. Una charla de captación en la Iglesia del Salvador, en la vieja escuela parroquial. La daba Paco. Y al salir, tú estabas esperándole con los críos. Me fijé en ti.

ELLA: No me acuerdo de eso. Estaría embarazada del pequeño. Recuerdo cuando empezaste a venir por casa, a las reuniones. Yo me tenía que meter en la cocina con los críos para no molestaros. O irme a casa de mi madre. Pero luego, cuando volvía, nadie había vaciado los ceniceros ni…

ÉL: Es verdad. Mucho hablar de la explotación de la clase obrera…

ELLA: … y nadie se acuerda de la mujer. ¿Sabes?, me alegré cuando la vecina largó a la policía que aquí venía mucha gente y se tuvieron que dejar de hacer las reuniones. Pero sí, me fijé en ti desde el principio. Más de una vez me ayudaste a recoger las sillas. Y eras amable con los críos. Jugabas con ellos al entrar y al salir.

ÉL: Todos los que veníamos teníamos alguna palabra amable con ellos.

ELLA: Una madre sabe cuando a sus hijos se les dice un cumplido o una palabra sincera. Todos no. Tú sí. Más que su padre, mira lo que te digo.

ÉL: ¿Paco? Siempre me pareció cariñoso con ellos.

ELLA: Si. Cuando estaba con ellos. Pero ¿cuándo estaba con ellos? Y luego, bueno, nadie sabe lo que lloré cuando Paco se enfrentó a su hermano.

ÉL: Pues aquello fue un ejemplo. Nos impresionó a todos.

ELLA: ¿Denunciar a tu hermano? Vinieron los inspectores a la fábrica, le pusieron una multa y luego, todo igual. Pero el disgusto en la familia, ¿quien lo arregla?

ÉL: Ya sabes…

ELLA: Ya-lo-sé: el que ama a su familia más que a mi, no es digno de mi. ¿Te crees que no me sé toda esa monserga?. Yo también he ido a cursillos, he estudiado el Evangelio, hice el Plan Cíclico. Pero no por amor a Jesús ni a la clase obrera. Por amor a él, que era el padre de mis hijos.

ÉL: Nunca ninguno de nosotros imaginó…

ELLA: … ¿que yo, la esposa del responsable, del que os daba ejemplo de militancia y de vida cristiana, no estaba de acuerdo con lo que hacía mi marido? Esa es mi culpa, no haberlo sabido entonces. Yo aceptaba todo lo que él hacia. Creía en él. Lloré, pero no rechisté cuando él pasó de tener un trabajo seguro en la empresa de su hermano, cómodo, en la oficina, a andar de obra en obra, de peón. ¿Tú sabes cómo llegó a casa el primer día que trabajó en la construcción? Paco no había trabajado nunca con sus manos. A la tarde, había llegado un camión de cemento. A los pocos sacos, los brazos se le quedaron insensibles, muertos, caídos, ni para arriba ni para abajo. Y los compañeros le escondieron, para que el encargado no lo viera parado, y se repartieron su carga entre todos.

ÉL: Aquella anécdota se la oí contar. Un ejemplo de solidaridad entre los pobres. Paco sacaba fuerzas y ejemplos de todas las miserias que vivía en las fábricas y los tajos.

ELLA: La contó, claro. Ufano. Se acostumbró a deslomarse. Le gustaba mirarse las manos encallecidas. A más callos, menos caricias, ¿sabes? Tampoco es que él fuera especialmente…. Me avergüenza decirlo. Toda mi vida después de hoy, cuando me encuentre contigo, me avergonzará recordar que te lo he dicho: nunca he … sentido como este momento contigo. No imaginaba que pudiera sera así.

ÉL: Carmen, no quiero que nunca te avergüences de ésto. Ni que mires resentida al pasado. Todos, él, yo y todos los demás, estábamos entregados en cuerpo y alma a la causa.

ELLA: ¡La revolución de Cristo, el Reino de Dios en la tierra! Ja. Unos más que otros. Si él se hubiera quedado ahí, en peón de albañil, yo le hubiera perdonado hasta la zozobra de esperar en cualquier momento el timbrazo de la policía de madrugada, la humillación de que registren tu casa y tú en camisón, con los hijos asustados cogidos a ti. Y luego tener que ir a la mañana a comisaría a preguntar por él, y atormentarte con lo que le estarían haciendo. Me hubiera conformado con eso, pero tuvo que irse a Madrid aquel año.

ÉL: El famoso curso en la ZYX.

ELLA: Y la chabola en el Pozo del Tio Raimundo. Me tuve que poner a trabajar, sola y con tres hijos, porque el sueldo de liberado no llegaba. Que él quisiera ser el más pobre entre los pobres, vale. ¿Pero qué culpa tenían los niños? ¿Y yo? ¿Acaso yo no soy pobre, acaso yo no necesito una caricia, una cama caliente, una palabra amable?

ÉL: ¿Por qué no rompiste con él entonces? ¿Lo vas a hacer ahora que todo se ha acabado, que la vida vuelve a ser normal?

ELLA: Porque entonces todos vosotros me hubierais mirado como una renegada burguesa que traicionaba al mejor de vosotros. Ahora, muerto Franco, se acabó la rabia. Se desinfló todo, la revolución, la militancia, la clase obrera. Todo se acabó. Sólo quedan nuestras vidas.

ÉL: Sí. Nadie se imaginaba que ésto acabaría así, con los trepas, los que nadaban y guardaban la ropa, de diputados y concejales. Y el año que viene, ministros.

ELLA: No sé. Igual tiene que ser así, que manden los que saben, la gente práctica. Porque ¿sabes qué te digo? Que si vosotros, con vuestra revolución, hubierais triunfado con vuestros proyectos, vivir con vosotros sería irrespirable. Vuestro Reino de Dios en la tierra sería un infierno.

ÉL: No llores, Carmen. Por favor, no llores.

ÉL: ¿Te molesta mi mano? ¿te irrito?

ELLA: No, por favor. Déjala. Nunca había sentido algo así. Dame un beso.

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