Cuando mueren las azucenas

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primera-comunion-niña-el-corte-ingles-cl– ¿Por qué yo?

– Porque eres el único penalista competente que conozco al que no le va a tentar ni distraer la repercusión mediática del caso. Estoy segura de que buscarás lo mejor para Marilena.

– ¿Sois amigas?

– Le he llevado su divorcio, nada más. Fuimos juntas a Carmelitas, incluso comulgamos juntas. Era de esas compañeras de colegio que no llegas a tratar, pero que nunca olvidas porque todas nos mirábamos en el espejo para ver si nos parecíamos a ella: guapa, ni un grano en la cara, sonrisa de anuncio, y una melena rubia como los ángeles. Después nos perdimos de vista. Una vez la vi saliendo del cine con un hombre al que imaginé su marido. En otra ocasión, recogiendo niños a la puerta de un colegio. Alguna amiga me ratificó esos indicios: se había casado con un empresario y vivía a lo grande en una urbanización de lujo. Fíjate qué sorpresa cuando hace tres años llegó a mi despacho para pedirme que le llevara el divorcio. Sigue leyendo

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Un tenorio para Corín

fotoretrato-detalleGonzalo Alvear sólo era sobrino de la cuñada de Pantaleón. Pero quien más quien menos creía que era tan dueño del negocio como sus apócrifos tíos, los hermanos Bruguera.

Ciertamente, nada se hacía en la editorial en contra de su voluntad. Aunque no se conocía ningún caso en que su voluntad hubiera discrepado de la de sus tíos. Más bien, él daba carne, voz y piernas a todo lo que ellos disponían. A todo, y lo hacía con su porte entre Clark Gable y Alfredo Mayo. Bigote de tiralíneas y pelo engominado. Zapatos lustrados dos veces al día por el limpia del Comercial.

Un figura. Lo bastante listo para metérsela doblada a un vaquero como Marcial Lafuente Estefanía. ¡Qué decir de las tropelías que había cometido con El Capitán Trueno o Las Hermanas Gilda!

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Cuéntame Versión 2.0

ugt casa del puebloDiez años después de la muerte del dictador, el coche oficial enlaza los Ministerios de siempre con las renacidas Casas del Pueblo. Esta tarde habrá mitin. El ministro Gonzalo Alvear ha llegado a la sede con su escolta. Se reunirá con la Ejecutiva para explicarle por qué es agua pasada aquello de “OTAN, de entrada no”. Después comerá con el delegado del Gobierno, su mano derecha en la región, y a la tarde baño de multitudes en la plaza de toros y viaje de vuelta a Madrid.

Paco se ha acercado a la Casa del Pueblo a saludar a Gonzalo, su amigo y camarada en la clandestinidad.

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Renunciamos a todo, menos a la victoria.

miliciano– ¿Quién mató a Durruti?

Miguel tiró la pregunta encima de la mesa a la vez que el paquete. Juan cogió un Ducados y, con teatralidad circunspecta, le dio fuego a la vez al cigarrillo y a la historia.

Fuera se había echado la niebla y la noche. Las calles del Pozo del Tío Raimundo estaban tan embarradas como en la mejor de las novelas de Gorki. Los cinco nos apretujábamos alrededor de aquella mesa cuadrada de uno y medio por uno y medio, en aquel banco cuyo respaldo corrido eran las tres paredes de la habitación. El aire estaba cargado de humo y el ventanuco empañado del vaho de nuestra respiración y de nuestros sueños de una Aurora Roja sobre Madrid.

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Al fondo, contra la pared

IMG_20140219_181745Allá al fondo hay mesa libre. ¿Te importa? No me gusta sentarme cerca de la puerta, ni dar la espalda al pasillo. Una rareza, lo sé. ¿Te sonríes? Piensas que alguien que ha estado treinta años en la cárcel no puede haber quedado bien, que tiene que salir tocado. Pues sí. No sé. Me dan lo mismo los encasillamientos. Cada vida es única. No me siento lástima, ni un héroe. Tampoco un villano.

Pero de eso se trata, ¿no? Vas a alimentar esos tópicos, porque sin tópicos no podrás trazar un retrato de grupo de los viejos gudaris. Saldrá tu libro, precedido de un reportaje o un avance en algún periódico o en un suplemento semanal. ¿No se hace así el marketing? Se harán películas también. Mucho me temo que los que hemos vivido todo eso, nos veremos condenados a revivirlo una y otra vez. Manipulareis nuestros relatos para que os encajen a vosotros, sin duda. Y hasta conseguiréis que cambiemos nuestros recuerdos, que creamos haber vivido algo distinto de lo que fue.

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¡Viva Palas Atenea!

sophie– ¡Viva Palas Atenea!

La primera vez que escuché su grito de guerra, no supe qué pensar. Luego, como todos los que le tratábamos, me habitué a su cantinela.

– ¡Viva Palas Atenea!

Su mujer, Sofia, era treinta años más joven y un palmo más alta. Yo la había visto por primera vez, adornada con las presuntas joyas de Helena de Troya, en la foto con la que su marido publicitaba sus hallazgos más apasionados que rigurosos. Aquellos sucios tonos grises del Frankfurter Zeitung dieron un objetivo a mi vida: decidí ser arqueólogo.

La segunda vez que la vi, siete años más tarde, también lucía las joyas. El color era verdadero. Ella, de carne y hueso. Las joyas, falsas.
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La hoz

HozSoy ingeniera agrónoma, máster en Agrobiología Ambiental. Tengo publicado en el CSIC un estudio sobre el origen del cultivo de la patata que me llevó dos años de trabajo de campo en Ecuador y Perú.

Tanto currículo no me da ninguna autoridad sobre la huerta de mi abuelo. Para él, sigo siendo la misma niña que hace muchos años se entretenía rebuscando escarabajos entre las matas de sus patatas y corría a enseñárselos.

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La pluma blanca

Pluma blancaEl coronel había servido en la India y en Egipto. Había luchado en el Sudán contra el Majdi y en el Transvaal contra los bóers. Ahora vivía retirado en el campo, cuidando de sus perros y de sus caballos como un trasunto de Jenofonte descansando en su finca de Escilunte después de su larga retirada. Le gustaba la literatura clásica de los que forjaron imperios, y también, de los tiempos modernos, le gustaba Kipling.

Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello…

Cuando su hijo partió a la guerra, no fue tan estúpidamente sensiblero como para recitárselos en la despedida. Se había prometido también que no correría para abrir sus cartas cuando llegaran, ni sería de esos viejos que en cualquier momento sacan en la conversación el nombre de su hijo ausente. Y mientras tanto, mientras esperaba cartas y noticias, iba pasando de un “If” a otro.

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Secretaria

dl1a 001Una nave acristalada y decorada con la heráldica de nuestros tiempos: logos, marcas, grandes letreros. Un pórtico de diseño para impresionar a las visitas. Son las oficinas centrales de Panaderías Reunidas.

Alrededor, otras naves más corrientes: bloques blancos, chapa verde machihembrada. Son las que sufren el calor de los hornos, las que tiemblan al arrancar los compresores de las máquinas frigoríficas, las que huelen a masa fermentada, a harina, a pan recién horneado por la mañana y a pan rancio, viejo, a última hora de la tarde. Hay un muelle de carga para la flota de furgonetas de reparto, el pan nuestro de cada día para una gran ciudad. Otro muelle, más grande, para los camiones frigoríficos que llevan su carga de masa congelada por Madrid, Barcelona o Cádiz. Y grandes tomas donde enchufan sus mangueras las cisternas rodantes de harina: doscientas toneladas diarias.

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¡John Moore, Presente!

sumario_grandePolizón en un féretro ajeno. Tus huesos temblarían a carcajadas si pudieras oír cómo responden todos “¡Presente!” cuando el general bajito, boina roja y voz aflautada, clama “José Antonio Primo de Rivera” y reclama, por esa muerte que no es la tuya, el fruto y la semilla de otras muertes. Los enterradores desquician la losa de mármol, la atraen, la arrastran chirriando sobre el pavimento, la sujetan a las cabrias bajo la bóveda, que embrazan la piedra, la levantan, la depositan a un lado. El Caudillo cierra la mano y antes de que sus dedos se junten la palma se le llena con un puñado de la tierra que espolvorea tus restos y acude volando. Se retira el Caudillo y junto a la fosa regresa y forma la guardia de pantalón negro y camisa azul mahón, correaje y pistola al cinto. Dos enterradores se arriman al borde y tienen los cabos de las cuerdas, que descienden como serpientes, reptan por debajo del féretro y ascienden por el otro lado. Tus restos suben empujados por las sogas, que escurren pausadamente entre las manos que las sujetan.

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