Me canso. No es justo que seamos nosotras dos, las más viejas, las que tengamos que acarrear el agua desde la fuente. Mirad las canas de Andrómaca, mirad mis mejillas sin carne, ¿creéis que nuestros brazos pueden con tanto cántaro?
¿No decís nada? El tiempo hablará por vosotras cuando os hagáis viejas.
Yo también fui joven como vosotras. La de hermosas mejillas me llamaban. Nuestro amo debería respetar mis canas, siquiera sea por las veces que fui al lecho de Aquiles, su padre, el padre que él no conoció. Yo puedo darle de él más detalles y más verdaderos que los poetas vagabundos que vienen por fiestas a palacio para llenarse la tripa con las sobras de nuestra cocina. Por mí disputaron Aquiles, el mejor de los aqueos, y Agamenón, rey de hombres. Sigue leyendo