Falso título con el que La Uña Rota reedita un opúsculo de Alejandro Manzoni que en origen se tituló “De la novela histórica”. Se le disculpa el aspaviento a la editorial, si con ello ha conseguido atraer lectores a esta pequeña obrita que pone en cuestión este subgénero ahora tan popular.
Manzoni escribió su ensayo veintitantos años después de la obra por la que es más recordado y que es citada, junto con las de Walter Scott, como paradigma del género “novela histórica”. Su ensayo es muy corto pero su maduración fue muy larga. Había arrancado quince años antes, a partir de una reseña sumamente elogiosa que había recibido “Los novios” por parte de Goethe. La crítica ilustre le ponía un reparo, un solo reparo a su obra: las largas digresiones históricas que, según Goethe, devaluaban el relato literario más genuino. Para Manzoni, que también era historiador, esta crítica estética se agrandó hasta convertirse en otro problema que no supo resolver: el de la relación entre la veracidad y el rigor histórico, de una parte, frente a la libre invención del artista.
Casi un siglo después Georg Lukács publica “La forma clásica de la novela histórica”. Su enfoque es muy diferente. De entrada, Lukács ni siquiera tiene en cuenta todas las obras cuya relación con la Historia sea tomarla meramente como un repositorio de nombres y decorados para una trama. Esto supone ignorar obras del estilo de “Los tres mosqueteros”, pero también “Salambó”, de Flaubert. Lo específico de la novela histórica, para Lukács, no reside en la fidelidad de la documentación, ni en el rigor de las fechas, lugares y nombres. Muy al contrario, advierte de lo penoso e inútil que resulta para la novela histórica pretender suplantar a la disciplina de la Historia como relato factual detallado, recordándonos que tanto Tolstoi como Stendhal nos narran las grandes batallas napoléonicas mediante episodios sueltos que afectan a sus personajes. Y de lo difícil también de plasmar poéticamente, literariamente, los grandes análisis históricos. En definitiva, respondiendo implícitamente a Manzoni, que el criterio de veracidad del historiador está en un plano diferente del criterio de verosimilitud y de verdad literaria.
Para Lukács hay novela histórica cuando lo excepcional de los personajes, lo que los define y da materia a la fábula ficcionada, se deriva de la singularidad histórica de su época.
El auge de la novela histórica lukacsiana es inseparable de la Revolución francesa y del enorme cataclismo que la siguió en los decenios siguientes y que convirtió la historia en una experiencia de masas, a partir de la cual los individuos perciben su propia existencia como algo condicionado históricamente. Podríamos decir, ochenta años más tarde, que esas condiciones han continuado.
Entonces, ¿el auge de la novela histórica en nuestros días tiene que ver con una aguda conciencia de la transformación social? Para nada. La inmensa mayoría de lo que hoy edita la industria de entretenimiento bajo esa etiqueta de novela histórica tiene que ver más con “Los tres mosqueteros” que con el rigor y la penetración histórica de un Walter Scott, Tolstoi, Pushkin, Manzoni, Stendhal, Balzac, Galdós… Es ficción de entretenimiento multigénero (sentimental, aventuras, policíaca, intriga, capa y espada, espada y brujeria) sobre un decorado tomado del conocimiento histórico del pasado. La época y el lugar pueden llegar a ser tan poco esenciales para la fábula como la cronología y la geografía indeterminada donde se desarrollan las aventuras de Conan el Bárbaro o Juego de Tronos o Star Wars (no, no me he desviado a la ciencia-ficción, Star Wars no es ciencia-ficción, y mucha de la llamada “ciencia-ficción” repite “maquetas” históricas, como es patente en la obra emblemática de Asimov, Fundación) El autor elige una época y lugar por sus resonancias escolares o cinematográficas, porque se siente cómodo por sus conocimientos de la época, porque le van a facilitar un contexto cooperativo entre lector y fábula, a veces simplemente porque busca una repetición de lugares comunes de éxito ya comprobado.
Nada que objetar, desde la Historia, a este uso “literario” o de simple entretenimiento. Es absurdo ponerle puertas o reglas a la fantasía. Si acaso, tan sólo, pedirle que sea tal, fantasía, y que trate de no ser tópica o demasiado previsible. Si puede haber algún tipo de justicia literaria, no es la Historia la vara de medir. Otra cosa es cuándo la intención del autor no es sólo literaria, sino que de alguna manera pretende una relación seria con la Historia, con la realidad del pasado, de la misma forma que la novela realista se enfrenta al presente. Es decir, cuando no toma en vano el calificativo de “novela histórica”.
Hoy día la genuina novela histórica está sepultada por tanto subproducto que cuesta distinguirla. Podríamos decir incluso que hasta los clásicos como Walter Scott se leen como novelas de aventuras. Pero esto es ya adentrarnos en la teoría de la recepción, preguntarnos si el mensaje de la obra está predestinado en ella porque ahí lo puso su autor, muchas veces sin ser consciente, o al contrario, si lo que importa y quien re-crea la obra es el lector y sus muchas circunstancias, sin olvidar entre ellas, claro, los decisivos límites y deformaciones impuestos por una industria editorial oligopólica.
Hay que preguntarse por tanto de qué Historia hablamos cuando ponemos la etiqueta de novela histórica, si la Historia que conoce el lector (o la que le alimenta la industria cultural), la que conoce el autor o la de Lukács. Empecemos por esta última. Lukács no espera que sus autores favoritos compartieran la tesis del Manifiesto Comunista: la historia de la humanidad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Y no sólo porque la mayoría de los autores que comenta escribieron sus obras mucho antes de 1848.
Lo que sí es tesis de Lukács es que son las condiciones sociales del presente las que dan al autor la motivación y la sensibilidad para explorar el pasado histórico, así como al lector el ansia de leerlo. Dicho con una cita de un contemporáneo suyo, Walter Benjamin: “Articular históricamente el pasado no significa «conocerlo como verdaderamente ha sido». Consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en un instante de peligro«. Benjamin propone un subjetivismo del conocimiento que cuadra muy bien con la Historia como campo de pelea entre distintas concepciones del mundo, pues ¿no es verdad que sobre el armazón de los hechos desnudos se construyen relatos muy diferentes, y que estos relatos por lo que pelean en realidad es por la interpretación del presente y la construcción del futuro?
Un conocidísimo autor español de este género best-seller, miembro de la Real Academia, declaró que “cuando vio el espacio que dedicaban al Siglo de Oro los libros de bachillerato de su hija Carlota, decidió crear un personaje (Alatriste) que contase un momento crucial de nuestra Historia, sin el que no se puede entender nuestro presente”. El producto final puede gustar más o menos. Para quien piense que en ese siglo y en los tres posteriores ocurrieron cosas muchísimo más importantes que los Tercios de Flandes y su aniquilación en la batalla de Rocroi, la obra de Pérez Reverte quedará más como documento histórico de cómo interpretaba la Historia patria un determinado sector nacionalista español y, por ello mismo, de cómo afrontaba el presente.
El maridaje entre Literatura e Historia hay que buscarlo en la estrecha franja delimitada, por un lado, por el hecho de que una obra de ficción se moverá siempre con personajes, con subjetividades, con protagonistas y antagonistas, con el deseo o el querer ser como motor, mientras que por otro lado la Historia, aunque ciertamente plagada de personajes singulares, la mueven procesos colectivos, ideologías, dinámicas culturales y religiosas, fuerzas profundas de tipo económico, sociológico. No es fácil reflejar esas fuerzas impersonales a través de un artefacto que respira necesariamente a través de personajes. Al contrario, es muy fácil y muy frecuente que el novelista se extravíe y trate de explicar la Historia a partir del “gran” personaje histórico. Lo cual no es una elección meramente estética: es ya en sí toda una concepción de la historia completamente equivocada.