Un cocker echado sobre un puff. Desde su mullida atalaya, vigila a una mujer cuarentona que pasea de lado a lado gesticulando con una mano y la otra pegada a la oreja. Viste de calle, pero calza zapatillas de casa.
─ ¿Pablo? Oye, que voy con retraso. Calculo que llegaré para las diez.
─ …
─ Enséñales la fábrica. Cualquier cosa que me dé tiempo a llegar.
─ …
─ Tú entretenme a ésos y recuerda: ni se te ocurra entrar en materia hasta que yo haya llegado.
─ …
─ Venga, hastalué.
La mujer sale del salón. El cocker salta del puff, la sigue por el pasillo. La mujer aporrea en una puerta.
─ ¿Papá?
Entra, el perro en sus talones. En la cama, un anciano consumido. Gira la cabeza. El perro se acerca, planta dos patas y asoma el hocico y las orejas por el borde de la cama. El hombre sonríe, la mujer no.
─ Quita ─la mujer da un manotazo al perro─. Papá.
─ Papá ─repite, levanta la voz y silabea─ Car-men-ven-drá-en-se-gui-da.
El anciano asiente.
─ Me tengo que ir. Llego tarde.
El anciano levanta una mano, despacio.
─ Quiero ir.
─ ¿Al baño?
Y sin esperar respuesta la mujer empuja al perro con el pie y en un santiamén destapa al anciano, lo incorpora, le saca los pies fuera de la cama, le calza las zapatillas y lo pone tieso. Despacio, van dando pasitos, cogidos el uno del otro en un tango espasmódico. El perro zigzaguea detrás, a un lado, al otro. Entran al baño.
─ ¡No! ─el perro se inmoviliza─ ¡Fuera! ─el perro retrocede dos semipasos de sus cuatro patas y se queda en el umbral, mirando.
La mujer tironea hacia abajo del pantalón del pijama. Deja al anciano sentado en la taza. Sale al pasillo. Entorna la puerta. Coge el teléfono. Antes de marcar se inspecciona las mangas, la blusa, la falda.
─ Juan.
─ …
─ Fatal, Carmen no ha aparecido todavía. ¿Qué tal las niñas?
─ …
─ Cabronas. Solo pasa contigo, a mí no me lo hacen. Ya les ajustaré cuentas esta noche. Y tú, también, vaya padrazo, no me sirves más que para hacerme hijos, y ya ni…
El perro arranca ladrando hacia la puerta de la casa.
─ Oye, ya está aquí. Un beso.
La cerradura chasquea. El perro enmudece, se inmoviliza. Se abre la puerta. Entra Carmen. Morena, gordita, de pelo azabache y ojos achinados.
─ Hooola Dioscórides ─el perro salta y caracolea─. Vaaaale ─y girando la cabeza─. Buenos días, señora Cristina. Disculpe mi retraso, el colectivo se dsañó en Manuel Becerra y quedó echando humo y los pasajeros en tierra.
─ Tenías que haber cogido un taxi, Carmen. No puedes hacerme llegar tarde al trabajo.
─ Sí, señora.
─ Sí señora no va a hacer que ya no llegue tarde. Tenías que haber cogido un taxi. Papá está en el baño. Atiéndelo. Voy a calzarme.
Carmen se encamina a la cocina. Deja una bolsa sobre una silla. Dioscórides la olfatea, luego sigue a Carmen hasta el baño.
─ Buenos días, señor Arturo.
Arturo asiente con la cabeza y hace intento de levantarse. Carmen se le acerca.
─ ¿Qué tal ha dormido? ¿Bien?
─ Diremos que bien ─con voz que quiere ser firme. Y en voz que quiere ser más baja añade─ Está enfadada.
─ Con razón, me retrasé mucho ¿sabe?
─ ¿Para qué tanta prisa?
─ Su hija trabaja mucho, es una persona importante.
─ Se ha de morir igual.
─ No diga usted eso. ¿Pis o caca? ¿Qué hizo?
─ No lo sé.
─ A ver… Nada. Venga, vamos a desayunar. Tendrá usted ganas.
Arturo asiente.
─ Él también ─señala al perro.
─ Él siempre, ¿verdad Dioscórides? ¿Cómo le pusieron ese nombre al perro?
Arturo sonríe. Es más alto y se apoya en Carmen con comodidad. El perro los sigue por el pasillo. Cristina se cruza con ellos con un respingo impaciente, entra al baño, cierra la puerta. Suena un móvil. Carmen lo coge de su bolsillo derecho con la mano izquierda.
─ Te llaman ─dice Arturo.
─ Qué número más raro ─lo guarda. El teléfono sigue sonando.
─ ¿No coges?
─ Ahora. Siéntese primero.
La mesa deja un pasillo con la encimera y los armarios. El anciano se sienta en el lado opuesto a la puerta, junto a un ventanal por el que casi entra sol. El perro se pone a su lado. Carmen saca el móvil, que enmudece sin darle tiempo a pasar el dedo.
─ Tarde ─dice Arturo.
─ Que hubiera esperado. No sé quién era. Un número muy largo.
El perro sigue los desplazamientos de Carmen con la cabeza. Armario alto: taza, azúcar, cafetera, café. Frigorífico: leche, mantequilla, mermelada. Armario bajo: pan, una magdalena. Cajón: cucharas, cuchillo pala, cuchillo de filo. Pone la cafetera al fuego. Echa la leche en la taza. Deja el azúcar en la mesa. Pregunta:
─ ¿Una tostada o dos?
Arturo levanta una mano y enseña dos dedos. Carmen corta dos rebanadas de pan y las pone en la tostadora.
─ Pero no me engañe. Ayer le dio una al perro. El perro tiene su comida y se la daremos cuando usted haya acabado de desayunar. Que si no le entrarán las urgencias y querrá hacer en el ─(suena el teléfono)─… ascensor.
Carmen mira el número. Duda. Descuelga.
─ Aló.
─ …
─ Sí, soy yo
─ …
Cristina se asoma a la cocina. Se acerca a su padre. Le da un beso en la mejilla. Mira a Carmen. Le hace un gesto con la mano. Carmen le responde y responde al teléfono.
─ Sí, yo soy, Carmen Patricia Burguan Yépez.
─ …
Cristina sale al pasillo.
─ ¿Mi niñito en la calle? ¿No estaba Jessica con él?
─ …
Cristina se queda junto al perchero, en escorzo frente al espejo.
─ Mire usted, señor, no sé cómo ha salido el niñito, solo tiene tres años y no llega ni al pestillo. Jessica cuida de él y ahora a las 9 lo lleva a la guardería y ella se va al colegio, que está al lado.
─ …
─ Pero es que se habrá quedado el pestillo sin echar y el niñito habrá salido detrás mío…
─ …
─ Señor, por muy policía que usted sea, yo soy su madre y le digo que mi niña tiene ya para doce años y es muy responsable y cuida del niñito como yo o mejor.
─ …
Cristina amortigua los pasos hasta la puerta del piso.
─ Ay señor, no puedo ─Carmen mira hacia el pasillo─ No señor, no puedo. Hasta las ocho no puedo irme de aquí─Carmen mira hacia el pasillo.
─ …
─ Deje usted que mi Jessica lleve al niño a la guardería…
─ …
─ No me van a quitar a los niños. Son mis niños, me los dio Dios. No me van a quitar a mis niños.
Dioscórides y Arturo miran fijamente a Carmen. Las tostadas humean. La cafetera solloza y salpica la vitro con lágrimas negras, hirvientes. Al otro lado del pasillo, la puerta hace clic, muy suave.