Soy funcionaria de Correos desde hace… Y no voy a negar que el hábito me ha forjado. Eso, y no haber salido apenas de esta ciudad provinciana, capital grande de una provincia muy pequeña. Pero si alguien cree que para vivir grandes cosas hay que viajar mucho, que no siga leyendo.
Mi padre era funcionario, como yo, y hablaba poco. Mi madre era una gran conversadora. De mi hermano hace muchos años que no sé nada.
Estudié con unas monjas de las que no llevaban toca visible, sino puesta por dentro. No llegué a terminar mis estudios universitarios (creo que de Filosofía), porque las urgencias económicas de una recién casada me llevaron a opositar al cuerpo de funcionarios de correos. No lo hice después, cuando me divorcié y pude. Lo único que he hecho siempre ha sido repartir cartas y leer en nuestras vidas.
A diferencia de Pierre Menard, lector tan fiel que aspiraba a reescribir la obra ya publicada, mi atrevimiento es dar luz a las historias que vosotros, lectores, lleváis dentro sin saber. Doble desafío que pretende, primero, que os detengáis a leer (tarea vana, llamar la atención en un mundo tan titánicamente ruidoso como el nuestro), y después que descubráis como vuestro lo que habéis encontrado, único punto por el cual me dejaré juzgar: si como autora he sido lo bastante fiel al lector como para encontrarme con él, y lo bastante hábil como para dislocarlo.
En definitiva, como Pierre Menard, niego la originalidad y comparto la autoría. Sólo me atribuyo el mérito de una técnica que consigue lo mismo procediendo al contrario que Pierre. Si la originalidad suprema de Pierre, finamente descubierta por Borges, se deriva de una identidad tal que supera al mero plagio y a la copia, mi mérito consistiría en verter los relatos de siempre en odres con sabor a nuevos. El lector dirá, haciendo suyas las historias, si me lo reconoce.