─ ¿De qué va esto? ¿Tiene usted la licencia MINP?
─ …
─ Sí, MINP. La licencia de apertura para actividades Molestas, Insalubres, Nocivas y Peligrosas. ¿No sabe usted que hay demasiados? ¿Que las autopistas de la información están saturadas? ¿Que los lectores se aturden con tantos blogs, revistas, libros en papel y digitales, perfiles y páginas de facebook, cuentas de instagram, de twitter? Y usted viene aquí a sumar ruido al mucho ruido que ya hay.
─ Pero es que yo tengo algo que decir. Es importante.
─ Eso dicen todas. ¿Y quién es usted para decir algo? ¿Es famosa, es periodista, actriz, política, académica? ¿Cuál es su currículum? Sospecho que es usted una de esas escritorzuelas que sueña con hacerse un nombre.
─ No, si yo no quiero tener nombre. De hecho, lea estas páginas. Verá que no las firma nadie.
─ ¿Nadie? ¿Quiere usted publicar sin firma? ¿Cómo van a saber los lectores si vale la pena abrir su libro o su página? Y peor aún, ¿va a defraudar usted a los lectores dándoles a leer una obra sin autor conocido?
─ El lector no debería saber de mí más de lo que escribo. Yo no soy un personaje. ¿Por qué debería firmar con mi nombre?
─ Por imperativo legal. Todos los actos humanos tienen que tener una identidad acreditada. Si lo que usted escriba va a pasar a la posteridad, que no creo, o simplemente va a ser registrado en un catálogo de una biblioteca, que tampoco creo, ¿con qué nombre de autora lo vamos a etiquetar?
─ Vale, sí, lo de la biblioteca lo entiendo. Daré un nombre… [ ] ¿Le parece?
─ [ ]… Ese es un nombre falso, lo acabo de comprobar. ¿Pretende usted engañar a los lectores?
─ Sí, eso es. Es un seudónimo. Los lectores no se llamarán a engaño, todo el mundo sabe qué es un seudónimo. Y es suficiente para etiquetar lo que escribo.
─ Pero ese nombre no es suyo, se lo está robando usted a Borges
─ No creo que le importe. Está muerto. Y si estuviera vivo, me dedicaría alguna frase sentenciosa y espero que amable.
─ Está muerto, sí. Pero tiene una heredera. ¿Tiene usted permiso de su heredera, de María Kodama?
─ Se lo pediré.
─ Mientras tanto, recuerde que no puede utilizar ese nombre sin permiso de su heredera.
─ Lo haré. ¿Puedo ya?
─ Noooo. Sigue siendo necesario saber quién se esconde detrás de ese seudónimo. Déme su nombre.
─ ¿Le vale mi dirección IP? Con ella mi proveedor de internet puede identificarme.
─ Puede valer, sí.
─ ¿Puedo ya?
─ Nooo. ¿Qué se ha creído usted, que basta con un portátil y una conexión a internet para publicar algo? Volvemos al principio: debe acreditar que lo que va a escribir es algo valioso, que no es ruido.
─ ¿Y como lo acredito si no me dejan escribir?
─ Tiene usted que dirigirse a una entidad acreditadora: una editorial, un periódico, una revista, algo así. Pero no le va a valer. ¿A nombre de quién va a pedir esa licencia? Usted no tiene nombre todavía.
─ Y los lectores, ¿no valen?
─ Las entidades acreditadoras representan a los lectores. Más aún, son los lectores. ¿Cree usted que puede saltárselas?
─ Pero si encuentro lectores que me avalen…
─ No sea usted ilusa. ¿Qué se cree usted, que esto es como recoger firmas para presentarse a las municipales de su pueblo? Eso no ocurre.
─ Pero si los encuentro, ¿me darán la licencia?
─ No los va a encontrar.
─ ¿Pero puedo buscarlos?
─ Puede. Tiene usted licencia provisional para encontrar el aval de los lectores. Dentro de seis meses, vuelva por aquí.